miércoles, 9 de noviembre de 2016

La Iglesia Católica es la Iglesia que Condena a Lutero - P. Juan Manuel Rodríguez de la Rosa

La Iglesia Católica es la Iglesia que Condena a Lutero
P. Juan Manuel Rodríguez de la Rosa


«Era la tierra toda de una sola lengua y de unas mismas palabras […]. Vamos a edificar una ciudad y una torre cuya cúspide toque a los cielos y nos haga famosos, por si tenemos que dividirnos por el haz de la tierra. Bajó el Señor a ver la ciudad y la torre que estaban haciendo los hijos de los hombres, y se dijo: “He aquí un pueblo uno, tienen todos una lengua sola. Se han propuesto esto, y nada les impedirá llevarlo a cabo. Bajemos, pues, y confundamos su lengua, de modo que no se entiendan unos a otros”» Gn 11, 1-7. 

Queridos hermanos, ¿Quién cuida de la Iglesia de nuestro Señor? Los que tenían que cuidar las almas no lo hacen. Los que tienen que custodiar la fe, no lo hacen. ¿Están entregando la Iglesia? ¿Dónde están los Pastores que el Señor puso en Su Iglesia? ¿Dónde están los que le prometieron fidelidad y amor? ¿Dónde están los Obispos que  un día se ordenaron sacerdotes y, que  tumbados sobre el suelo, entregaron su vida de hombre para ser otro Cristo? Qué poco duró aquel pensamiento. Mientras que la fidelidad de Dios es eterna. Pastores tan flojos por todos lados que ya no queda nada. Han preferido adaptarse a los políticos, a la gente, a los grupos de presión que desprecian a Dios y a la Iglesia,  pero no al mandato de Dios.

La misma ley divina es cuestionada, y con asombro vemos que se propone una vía humana a la ley divina para aquellos que no la puedan cumplir. El hombre se erige en juez ante Dios. Es decir, quienes han de custodiar la ley de Dios, sin embargo la dejan de lado por una ley humana alternativa. ¿Dónde está la fidelidad a Dios de sus Pastores? ¿Qué intereses buscan? ¿Los de Cristo o los de los hombres? No buscan la verdad porque no obedecen. No están a los pies de la Cruz porque no llevan a las almas al Sacrificio, no las llevan a conocer la Sagrada Pasión de nuestro Señor. Cuántos buscan sus propios intereses, viviendo como simples hombres carnales y mundanos.

El texto del Libro del Génesis nos puede iluminar para entender la situación de la Iglesia. ¿Los hechos no nos confirman que con el Concilio Vaticano II se inicia un deseo unánime de cambio, de ruptura con la fe recibida, de edificar  una nueva Iglesia según los deseos del hombre, a gusto del hombre, donde leyes nuevas humanas desplacen a las divinas? ¿No es la via caritatis un camino humano que desplaza la ley de Dios? Se está consolidando la ruptura con el depósito de la fe, con la moral tradicional católica, con los santos sacramentos. Hemos contemplado atónitos y avergonzados la misma estatua del hereje Lutero en el Vaticano.

El deseo humano de construir una torre que llegara hasta el cielo quedó frustrado por el poder divino. Bastó que el Señor confundiera las lenguas de los hombres para que no se entendieran y, con ello, no pudieran seguir  construyendo la torre. ¿No estamos en la mayor confusión doctrinal jamás conocida en la historia de la Iglesia? ¿Qué fe sostiene nuestra identidad católica? ¿Qué se les enseña a los fieles? En cada iglesia se oye una enseñanza distinta. Unos Obispos dicen una cosa, a otros les parece bien y la siguen, pero otros están en desacuerdo. Todos opinan cosas distintas, unos tienen sus seguidores, otros sus detractores. Se acepta aquello que tiene un consenso mayor, no interesa si está en concordancia con la ley de Dios, lo que importa es la aceptación de la mayoría. Se enseña puros deseos  y gustos personales, ideas propias, ya no se enseña pensando en la salvación de las almas. Ya no se vive anhelando hacer la voluntad de Dios y salvar el alma por encima de todo.

¿Por qué dudamos? ¿Por qué no decimos la verdad de Dios? No hemos de tener nunca miedo de decir la verdad divina, sólo hemos de tener la sabiduría de saber decirla. La fuerza para decir la verdad y la sabiduría para decirla la encontramos los sacerdotes en el Santo Sacrificio de la Misa, en la oración personal con el Señor, en la intimidad diaria con Él, en la enseñanza transmitida por la tradición. El Señor habló con autoridad. Hablaba para sus discípulos y para otros, empleaba una forma de hacerlo según quienes le oyeran.

Hemos de decir la verdad, hemos de predicar la ley de Dios, contenida en los Mandamientos. Hemos de enseñar que de su estricto cumplimiento depende la salvación de nuestra  alma. Hemos de proclamar que no existe ninguna via alternativa a los Mandamientos de la Ley de Dios.

En esta confusión de lenguas en la que estamos inmersos, donde ya es imposible saber quien enseña la verdad de Dios, la tradición sigue irguiéndose como la luz del  celemín que nos indica la verdad a seguir, el faro que nos orienta en las tinieblas indicándonos el camino recto y seguro de salvación del alma. Es la luz certera que nos dice que la verdad del pasado no se puede cambiar por consenso humano en el presente, que la condena de herejía de Lutero permanece, que la Iglesia católica es la Iglesia que condenó y condena a Lutero, el mayor hereje de toda la historia y  el que supera a cualquier otro que vendrá. Lutero resume en sí todas las herejías pasadas y venideras hasta el final de los tiempos.

Queridos hermanos, ¿no tenemos derecho a decir, visto los acontecimientos, que la Iglesia está gobernada por hombres? Sí. La Iglesia no está gobernada  por Pastores a semejanza de Cristo. A causa de ellos todo se derrumba a nuestro alrededor, todo se cuestiona; la fe católica está desfigurada y cuestionada, y quienes tienen la sagrada obligación de confirmarnos en la fe, nos enseñan el error. Los Pastores ceden al mundo, hablan pensando en la reacción que tengan sus palabras, razón por la cual suavizan la Palabra de Dios, o simplemente la callan o tergiversan, sin más. Muchos de nuestros Pastores abrazan los postulados del mundo que atentan contra la fe católica, convirtiéndose en sus leales y funestos aliados dentro de la Iglesia.

Los que  permanecemos fieles a la tradición de la Iglesia no seremos confundidos por nuestro Señor, no seremos confundidos porque no edificamos ninguna torre que quiera tocar el cielo al profesar la fe católica recibida en el depósito de la fe; no seremos confundidos porque permanecemos fieles al Señor acompañándole al pie del Calvario en cada Santo Sacrificio de la Misa; no seremos confundidos porque vivimos nuestro sacerdocio para el Sacrificio, pues a él está orientado y es su razón esencial de ser; no seremos confundidos porque vivimos en el cumplimiento estricto de la ley divina de los Mandamientos; no seremos confundidos porque vivimos en el temor de Dios y no en el temor de los hombres, por esta razón condenamos los pecados de adulterio, de sodomía, de unión libre, de uso de anticonceptivos, como pecados que ofenden gravemente al Creador y conducen a la condenación eterna de las almas. No seremos confundidos porque sólo queremos hacer la voluntad de Dios, Uno y Trino, y proclamarle único y verdadero Dios, fuera del cual todo es error, mentira y confusión.

Queridos hermanos, el Señor murió por ti, por mí, por muchos, y por los que le condenaron. El Señor lo espera todo de sus sacerdotes, que nos entreguemos a Él en el deseo de ser otros Cristos, y denunciar la falsedad y proclamar el Reino de Dios. Nada puede detenernos. La voz de la tradición es la voz del Señor.

Si el Señor es mi Pastor, ¿a quién temeré?



Ave María Purísima.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa








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